Nadie confesaba que la Máquina era incontrolable. Año tras año se la servÃa con más eficacia y menos inteligencia. Cuanto mejor conocÃa un hombre sus obligaciones respecto a ella, menos comprendÃa las de su vecino, y no habÃa en todo el planeta un solo cerebro que comprendiera el monstruo en su conjunto. Esas mentes privilegiadas se habÃan extinguido. HabÃan dejado instrucciones completas, cierto es, y cada uno de sus sucesores habÃa llegado a dominar un fragmento de esas instrucciones. Pero la Humanidad, en su deseo de comodidades, habÃa excedido sus lÃmites. HabÃa sobreexplotado las riquezas de la naturaleza. Con calma y satisfacción, iba hundiéndose en la decadencia, y el progreso habÃa acabado significando progreso de la Máquina.