Un dﾃｭa de finales de invierno, el hombre que firma este poema sintiﾃｳ un extraﾃｱo malestar y acudiﾃｳ al mﾃｩdico. Horas mﾃ｡s tarde ingresaba en un hospital y asistﾃｭa a la pﾃｩrdida progresiva e imparable de la movilidad y del control de su cuerpo. Antes de perder tambiﾃｩn el habla, susurrﾃｳ: Es como estar enterrado en un ataﾃｺd de carne... Perdiﾃｳ el habla y descendiﾃｳ al sﾃｳtano o infierno de los cuidados intensivos, donde fue un cuerpo doliente y postrado, capaz de ver y oﾃｭr pero no de moverse ni de pedir, protestar o suplicar. Treinta dﾃｭas presa de la negra fiebre, meciﾃｩndose sobre el filo de la navaja. Treinta interminables dﾃｭas convertido en ataﾃｺd de carne viva y templo del propio sacrificio: cuerpo puro y febril que confunde al enemigo y se agrede a sﾃｭ mismo, minando sus propias defensas.
Ese hombre es Miguel Paz Cabanas y tuvo un pie en tierra y otro en la barca que se va. Pero volviﾃｳ del infierno como volviﾃｳ Ulises tras descender al Hades y conversar con los muertos. Y culminﾃｳ su odisea, milﾃｭmetro a milﾃｭmetro.
No cabﾃｭa duda de que el escritor de raza que es Cabanas, devuelto a la vida y a los brazos de la que velﾃｳ sin descanso al pie de su cama, harﾃｭa uso de sus armas para contar una experiencia tan angustiosa, tan cruel y alucinante, tras la cual vivir ya no podrﾃｭa ser lo mismo. La pregunta -la extrema dificultad- era cﾃｳmo lo harﾃｭa: cuﾃ｡les serﾃｭan las palabras, el tono y el color, la forma de contarlo. Muy significativamente, la respuesta es una Oraciﾃｳn, la que el lector tiene ahora en sus manos. Son estas palabras que aﾃｺn conservan el eco de pasos blancos, versos sucintos pronunciados despacio por una voz que sigue atravesando aquellos pabellones frﾃｭos. Poesﾃｭa heladora y deslumbrante, en fin, que retrata al hombre y da cuenta de su vivencia en el umbral de la muerte, completando la personalidad de un autor, maestro del relato breve, que ya conocﾃｭamos y ahora admiramos mﾃ｡s si cabe.
